María se levantó un lunes por la mañana con el cuello torcido hacia un lado. Intentó ponerlo recto, pero nada, no lo lograba. Le había pasado ya alguna vez, y después de forzarlo un poco siempre conseguía enderezarlo. Se miró al espejo y tenía que ponerse de lado para mirarse de frente. Era como si tuviera que disimular para verse. Se agarró la cabeza con las manos y lo intentó nuevamente, pero no había nada que hacer, su cuello permanecía rígido. Así que decidió hacer sus cosas mirando a la derecha. Salió a la calle y se fue a la compra, como todos los días. Si alguien le decía algo, diría que había dormido de mala postura, pero nadie le dijo nada porque nadie le notó nada raro. Luis llegó a casa cansado después del trabajo y no le dijo nada porque tampoco le notó nada raro. Así que María se fue a dormir boca arriba para dormir de lado.
De no ser mirada, ni vista
Al día siguiente, María se levantó y se fue al baño, como de costumbre. Se miró al espejo, de lado, y cuando iba a lavarse los dientes, de lado, vio que no podía abrir la boca, que en lugar de labios, llevaba una cremallera cerrada. Intentó abrirla, pero le resultó imposible. Así que con cepillo en mano, decidió lavarse la cremallera. Le salió un brillo reluciente, pero no se abrió. Fue al supermercado a comprar y nadie le dijo nada porque nadie le notó nada raro. Luis llegó a casa cansado del trabajo y tampoco le dijo nada porque no le notó nada raro. Así que María se fue a dormir boca arriba para dormir de lado y con la boca cerrada pero reluciente.
De no ser besada,
A la mañana siguiente, María, antes de levantarse intentó quitarse los tapones que se colocaba cada noche para no escuchar los ronquidos de Luis que no le dejaban dormir, pero no pudo. Estaban completamente incrustados. Tenía ganas de gritar, pero no podía porque la cremallera seguía cerrada. Salió corriendo al espejo y vio, de lado para mirar de frente, como le salían unas espumitas amarillas de los pabellones de la orejas. Se cepilló la cremallera con mucho brío y salió al mercado a comprar. No escuchaba absolutamente nada, así que si alguien le decía algo porque le notaba algo raro, por lo menos esta vez no lo escucharía. Luis llegó cansado del trabajo por la noche y tampoco le dijo nada porque no le notó nada raro. No sé, pensaría que eran pendientes o algo así. Así que María se fue a dormir boca arriba para dormir de lado, con la boca cerrada pero reluciente y sin necesidad de colocarse los tapones esa noche.
De no ser escuchada,
A la mañana siguiente, ya era miércoles. María se levantó muy descansada. No le había molestado ni un ruido. Así incrustados estos tapones eran más efectivos. No se colaba nada. Fue al baño como de costumbre y cuando se iba a cepillar la cremallera, de lado, sencillamente no la veía. Se puso de lado para ver de frente, y vio como su ojo izquierdo estaba pegado. Se lo lavó enérgicamente, pero nada, que no se despegaba. Así que se colocó unas gafas de sol y salió a comprar. En el mercado, nadie le dijo nada porque nadie le notó nada raro. Luis llegó cansado del trabajo por la noche y tampoco le dijo nada porque no le notó nada raro. María le miró fijamente, aunque con la visión al 50% del día anterior, pero él sólo movió los labios para bostezar. Así que María se fue a dormir de lado esta vez, para dormir de frente ya que sólo podía abrir y cerrar el ojo derecho, con la cremallera reluciente y los tapones bien incrustados. Esta noche volvió a dormir como un tronco.
De querer ver menos cada vez,
El jueves por la mañana, María se levantó muy, pero que muy descansada. Se fue al baño con el ojo pegado y cuando se iba a cepillar la cremallera, de lado para verse de frente, no podía coger el cepillo de cremalleras. Los brazos no se querían mover. Estaban ahí caídos como si todavía estuvieran dormidos. María quería gritarles: “despertad!” pero su cremallera no se abrió. Les intentó echar una mirada asesina, pero ni siquiera los veía enteros. Comenzó a balancearse como si fuera una peonza, a ver si con el movimiento del cuerpo conseguía que se alzaran. Le entraron ganas de volar, imaginó que sus brazos se convertían en alas y que podía elevarse alto como un águila, pero nada de eso sucedió. Esos brazos suyos no se movían para nada. Salió a la calle igualmente. Haría señas a alguien para que le ayudara con las bolsas, pero sus brazos y sus manos seguían suspendidas. Intentó decirle a alguien, pero su cremallera no sé abrió. Si alguien le dijo algo porque notó algo raro, ella no lo escuchó. Regresó a casa sin la compra y no pudo hacer la comida. Luis llegó a la noche cansado y no le dijo nada porque no notó nada raro. Venía desganado y se quedó dormido en el sofá. Ella lo quiso avisar, lo quiso tocar, lo quiso llevar a la cama, pero ni su media mirada, ni sus oídos, ni su boca, ni sus brazos, ni sus manos hicieron nada. Así que María se quedó dormida destapada boca arriba para dormir de lado.
De no ser tocada, ni acariciada,
A la mañana siguiente, María se despertó. Hoy era viernes. Se levantó al baño como de costumbre. Vio, de lado par ver de frente, que su cremallera ya no estaba tan reluciente y hoy tampoco se la podría cepillar. Se observó todo el cuerpo con los ojos bien apretados para ver si sentía algo nuevo. Y no noto nada. Todo seguía como el día anterior. Respiró con alivio. Se sentó en el sofá sin mirar de frente, viendo de lado. En su disminuido campo de visión reposaba el cojín donde se había quedado dormido Luis la noche anterior. Se quedó mirando el hueco donde había reposado su cabeza. Sin abrir la cremallera ni para suspirar y, escuchando el silencio que le inundaba desde hace días, esperó a que pasara el día. Luis llegó cansado del trabajo y no le dijo nada, ni tampoco le notó nada raro. Se tumbó en el sofá como de costumbre, sólo que esta vez apoyó la cabeza en el regazo de María y dijo algo, pero María no lo escuchó, no lo vio, no lo tocó, no dijo nada. Esa noche se quedaron los dos dormidos en el sofá.
De la no conexión con la vitalidad,
A la mañana siguiente, a María le despertó un rico aroma a café. Hoy era sábado y Luis no trabajaba. Se habría levantado a hacer café. Le dolía todo el cuerpo de la postura. Intentó levantarse pero no podía. Así sentada de frente, pero viendo de lado, intentó pedir ayuda a Luis que estaría en la cocina, pero su cremallera oxidada no se inmutó. Sintió un ligero cosquilleo helado subir desde la punta de los dedos de los pies hasta la espalda. Sentía que le pesaban las piernas como dos columnas trajanas. Su cerebro envió una orden a sus brazos para que le asistieran y le ayudaran a levantarse, pero cero fue el movimiento. Luis le diría algo porque notaría algo raro: no era propio de ella quedarse sentada en el sofá tanto tiempo. Él trajo el café para los dos. Cuando entró en su campo de visión, María vio una sonrisa de oreja a oreja. La besó en la mejilla, dijo algo mirando la tele y se volvió a tumbar en el sofá con la cabeza en su regazo. El fin de semana había llegado. Qué bien estaban los dos así juntos, haciéndose compañía.
y
De tenerla miedo,
De tenerla miedo,
Nace la historia de la mujer desnutrida
que tampoco se atreve ya a mirar de frente y también evita la mirada,
que ya no besa, ni habla
que ya no se escucha
que ya no se escucha
que ya no quiere ver más allá
que ya no toca, ni agarra, ni acaricia
que ahora ya no está conectada con su propia vitalidad
y
que ahora está aterrada y tiene miedo
a caminar sobre su propio destino.
que ahora ya no está conectada con su propia vitalidad
y
que ahora está aterrada y tiene miedo
a caminar sobre su propio destino.
1 comentario:
Cuantas mujeres como esta existen, yo no quiero tener cremalleras en la boca, ni tapones en los oidos, quiero poder mover mi cuello a mi gusto y poder rotar mis brazos a mi antojo.
No quiero ser una mujer desnutrida
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