21 abril 2008

CARACAS O LA ISLA DEL TESORO


– “¡Que es eso de tener miedo a la gran ciudad!”, pensaba yo mientras caminaba por Caracas. Ya todos mis amigos y amigas venezolanos se habían encargado de meterme la paranoia de lo peligroso que era Caracas. Si por ellos fuera, no habría salido ni del avión, pues ¡hasta salir de La Guaira era un peo!. No, yo me había dicho a mí misma que me movería por Caracas, sino con toda libertad, con alguna por lo menos, y dejaría el miedo dentro de una bolsa de basura de esas negras, atada y bien atada.

Sentía que Caracas tenía mucho que ofrecer, parecía una ciudad viva y, a pesar de no conocerla, sentía cierta simpatía por esta ciudad, la gente, la comida, el clima, hasta el nombre me sonaba bonitos: CA-RA-CAS. Había leído en un libro para niños, que los indios caracas habían sido sus primeros pobladores, me recordaban a los galos, que habían resistido a los romanos en la Antigua Galia. Un nombre con tanta personalidad, y que a pesar de todos los cambios políticos e históricos, se había consolidado como el nombre de la ciudad, escondía un misterio interesante seguro.

En mi cabeza resonaban nombres como Guaicaipuro, Tamananaco, y quedaba cautivada por su sonoridad. Pero, también me resonaban las otras palabras: “Ah! y de caminar en Caracas, olvídate. Allí no es como en Europa que caminas y caminas. ¡Uf! ¡qué fastidio tanta caminadera! No mi hijita, no, Caracas no es una ciudad que esté hecha pa caminar. Allí, todo el mundo tiene su carro, y si necesitas ir a un sitio agarras un carrito, un taxi o alguien te da la cola, pero no se te ocurra caminar por allá, ¿oíste?. Aparte de que no hay por donde, porque todas las calles están llenas de huecos y todas escoñetadas, y te roban ahí mismito”.

Aún así, yo seguía caminado. Ahora, estaba por la zona de Bellas Artes con una amiga caraqueña. El Museo de Bellas Artes, el Teresa Carreño, su librería, La Galería de Arte Nacional, los puestos de libros de afuera, los mimos allá en el parque, el sonido inconfundible del heladero con sus campanitas…. Sentía como si ya hubiera vivido aquella situación, como si hubiera estado allí antes. Recordaba los olores, la temperatura del sol calentando en mi piel, el color de la piedra del Museo, y para colmo, en la Galería de Arte Nacional estaban preparándolo todo para hacerle un homenaje a Elsa Morales. Alguien me había hablado de esta poeta-pintora ingenua. Seguro que conocía a alguien allí ¿Cómo es posible? Es como si todo me estuviera hablando, como si todo en la ciudad estuviese ahí para mí.

Todo el mundo hace cosas aquí, pensé, tanto los de un lado como los del otro. Cada vez que giro una esquina hay una exposición, un taller, unas clases de yoga... ¡Qué increíble! Verdaderamente es una ciudad viva. En medio de este caos hay espacios para todo, para la cultura, el arte, la literatura, la música, el cine.... Siento que estoy donde tengo que estar.

– “En esta zona tienes que estar pila, porque roban bastante, ¿oíste chama?.” Yo lo oí, una vez más. Todo era perfecto y de pronto otra vez ese mantra de la realidad violenta de Caracas, que no tiene nada que ver con lo divino y espiritual. Bajé de la octava dimensión, por lo menos, y caí de golpe en la piedra más dura y fría del asfalto.

– “dame plata”. ¿Quien gritaba ahora esto?, me pregunté.

– “Dame plata, te digo”. De la nada, salió un tipo como el viejo Ben Gunn, el tripulante abandonado en la Isla del Tesoro por el temido capitán Flint, con sus barbas largas hasta la cintura, y todo cubierto de harapos. ¿Qué hacía el viejo Ben por aquí?

– “dame plata te digo”. Mi amiga, metió la mano en el bolso y le alargó unas monedas.

– “y tú también”, gritó dirigiéndose a mí. Claro, yo también estaba ahí. No estaba acostumbrada a que se dirigieran a mí directamente en venezolano, y especialmente, gente que no conocía. Así, como si alguien me susurrara al oído la traducción de aquellas palabras para que se convirtieran en acción. Obedecí convulsivamente como una autómata. Metí la mano en el bolso y le alargué unas monedas. Sin saber cuanto, ni cuantas, las que cogí al azahar.

– “quiero más, más plata. Dame más plata o saco las pistolas”.

¡Esto ya era demasiado!. ¿Qué? ¡que un tipo así llevaba pistolas!, pero ¿donde? ¿Las antiguas pistolas de pólvora? ¡Más de una! ¡Coño! a ver si va a ser verdad eso que dicen de Caracas. La gente va a armada y le matan a uno por unas monedas. ¡No me lo puedo creer! Pero seguía mirando al tipo, le registraba con la mirada harapo por harapo, a ver donde las podía llevar porque se le verían. Era muy delgado, y no le veía en condiciones de llevar algo así encima. De nuevo, la misma voz que me susurró antes al oído, pero un poco más furiosa, me discutió, “pero a ti, ¿que te importa si lleva pistolas o no?. Dale más plata y punto”. Así que saqué otro puñado de monedas del bolso y le di otras pocas sin mediar palabra.

Ben Gunn cada vez estaba más enfurecido, aquellas monedas debían de ser muy poca plata, y el con su tesoro allí escondido en la isla, esto le debía de parecer una burla.

No pude evitar decirme: “Dios mío ¿será, que he venido a morir a Caracas? ¡Pero si acabo de llegar!”

De pronto, a Ben le entró prisa. Ya se iba. Era como si hubiera visto al viejo Flint en persona. La cara se le descompuso. Se quedó pálido y empezó a maullar como un gato: ”Son amigas mías, yo no las estoy molestando.”

De lejos venían dos tipos. Parecía que lo conocían. Venían rápido hacía Ben. Nos preguntaron de lejos si nos estaba molestando. Si le conociamos. Yo pensé, socorro esto se complica, ahora estos malandros también querrán plata y entre todos…¡uff! Yo, con mi ignorancia más ingenua, deduje que eran malandros porque llevaban una camiseta sucia. Ben los conocía y ellos claramente dominaban la calle, pero, casi al mismo tiempo, también pensé que eran policía secreta vestida de malandros y que estaban patrullando por la zona. Ben, “¿como que Ben?. No estamos en la Isla del Tesoro, estamos en CA-RA-CAS. ¿Te suena? Despierta”. Me susurró la voz de nuevo casi zarandeándome.

-“Nosotras no conocemos este tipo, un culo” les dijo mi amiga en malandro también. Los malandros le sacaron la plata y Ben salió corriendo.

-“coño, chamo, nosotras también estamos pelando bola, vale!”. Les dijo ella, al tiempo que preparaba más monedas para agradecerles su ayuda. En el momento en que ella le iba a dar las monedas, él le giró la mano, y le volcó todas las monedas que le habían sacado a Ben.

- “No chama, gracias yo tengo plata”

11 abril 2008

HOMENAJE A PROSPERA

Querida Próspera,
te escribo esta carta para agradecerte todo lo que me has enseñado desde el primer momento que nos vimos. Nunca había tenido una mascota antes, y menos la idea de que fuera una tortuga de patas amarillas, ó una morrocoyita, como la llaman aquí.
¡Tan lenta, pero tan segura! No importa lo lejos que esté el lugar donde tú quieres ir. Vas poco a poco, con un ritmo constante hasta que llegas a donde te habías propuesto. Pero lo mejor de todo es, que si hay obstáculos en el camino, no te detienes, ni das media vuelta, sino que estudias la manera de dar un rodeo, o buscar otro camino alternativo, pero sigues tu camino. No importa el tiempo que tardes, ni el hambre que tengas, tú crees que tienes que ir allí y allí vas con ese ritmo constante que hace que vayas más rápido de lo que parece. No importan las cosas que tengas que hacer, lo que tienes que hacer es lo que estás haciendo, y nada más. Haces más kilómetros que cualquiera. Con tu pasito puedes llegar a donde tu quieras.
En mi proyecto de escritura, gracias a tí, aprendí que reescribir las cosas es esencial, y volverlas a reescribir más. También me diste lecciones de ritmo. Aprendí a no tener prisa en acabar un cuento, sino a respetar el ritmo de escritura, mi ritmo, el del cuento, el de los personajes, el de la acción, etc. Respetando los ritmos se avanza más.
Además te llamas Próspera, ¿que más?
Todo está listo para que salga bien, sólo tengo que ponerme a hacerlo.
Por todo esto, te quiero dedicar este blog.
Gracias
mariadelcanto