12 junio 2009

los tres reyes magos de oriente

Todas las mañanas era la misma canción. Tu no te querías levantar para ir al colegio y a mi me daba pena despertarte tan temprano. Te veía tan pequeña y tan dormida, que cuando entraba en tu cuarto, me decía, “ay la dejo unos minutos más”. Luego volvía y te veía con aquella carita, que a veces discutía con tu padre y todo, pero me parecía demasiado temprano, las 9 de la mañana, despertarte para ir al colegio. No sé, si tan siquiera fueran las 10, y con aquel frío, en invierno, sacarte de la cama para ir al colegio, me daba dolor.
-Pero eso no puede ser. –decía tu padre- Tiene que ir al colegio como todos los demás niños.
Y te despertábamos y empezabas a llorar, a gritar, a patalaer:
-Yo no quiero ir al colegio -gritabas
Armabas unas jatas! que no, que no y que no había manera, que no querías y no querías. Al final, tu padre se iba a trabajar y tú te quedabas llorando hasta que te volvías a quedar dormida. Así pasaron cuatro meses. Tu padre, por la tarde, te sentaba en las piernas y te contaba que el colegio era un sitio donde ibas a hacer muchos amigos y a jugar con ellos. Te decíamos que aprenderías muchas cosas y que te iba a encantar, pero tú nada, no querías ni que mentáramos la palabra colegio.
Eras una cabezona, y cuando veías a las monjas, no, aquello sí que era una tragedia. ¡Era una cosa! Veías una toca o un hábito y te ponías a llorar como si te fueran a matar. Una vez íbamos a buscar a tu padre a la tienda y nos encontramos con la madre Dolores, -eso sí que no se me olvida-, y nos paramos a hablar con ellas, que iba con otra monja. Te saludaron y te dieron un beso y te dieron un chupa chups y tú nada, que no se te acercarán ni a tocarte. Me agarrabas la mano y tirabas con fuerza para que nos fuéramos de allí, y yo “ pero María dales un beso, si es la madre Dolores. Mira, mira lo que te ha regalado, un chupa chups de fresa”, pero nada no hubo manera. A mí me dio una vergüenza horrible. Nos fuimos casi sin despedirnos porque ya ibas a montar un número en la calle, que no podía ser. Y yo me decía “pero que tendrá esta niña con las monjas”, es que no te podían haber hecho nada porque no habías ido ni un solo día al colegio.
En ese diciembre tu padre y yo teníamos unas discusiones cada vez más grandes a cuenta de que la niña no quería ir al colegio, que claro llegó un momento que tu padre se plantó y dijo:
-Esto no puede ser. No pueden pasar las navidades y que María siga sin ir al colegio. Esta niña no puede perder más clases. ¡Que coge una jata, pues que la coja! ¡que tiene que llorar, pues que llore! Llorará el primer día y el segundo, pero ya verás como el tercero y el cuarto ya no llorará.
Tu padre tenía razón pero a mí se me partía el alma de verte caer aquellos lagrimones. Pensaba que te iba a dar algo. No sé, te veía tan pequeña, tan frágil, y gritabas de aquella manera tan horrible, que no me parecía normal. Así que se me ocurrió una idea.
Yo le propuse a tu padre un trato. Le dije:
-Mira, vamos a hacer una cosa. Ahora cuando pasen las fiestas y le traigan los regalos de reyes, le vamos a explicar que como es una niña buena tiene que ir al colegio, sino los reyes se volverán a llevar todos los regalo. Ya verás como así cede.
Tu padre no estaba muy de acuerdo pero bueno dijo vamos a ver.
Y llegó el gran día. Nunca me olvidaré de la cara que pusiste cuando viste todos aquellos juguetes. Te los pusimos todos en el fogón de la cocina y cuando tu entraste por la puerta, te quedaste parada, sin habla. No te movías. No decía nada. Te quedaste muda.
Y yo te decía:
-María, que te pasa hija. Di algo.
Y tú, nada. No reaccionabas.
-Ay mamina! a ver si ahora no le vuelve el habla!
Eran demasiados juguetes. Te quedaste embazada. Todo el mundo te había regalado algo: tus abuelos, los de Palencia, tus padrinos, Dulce y Gil, Tu tío pepe y tu tía Luchy, Gelines, la vecina de arriba Genoveva que te quería mucho… Ay! no sé. Era tal cantidad de regalos que yo me dije una y no más, Santo Tomás. Estuviste un buen rato sin decir ni mu. Hasta que tu abuela te cogió de la mano y te llevó cerca del fogón y te dab los regalos uno por uno. Pero vaya susto! Y luego, ¡que cosa son los niños! Tenías hasta una bicicleta, y tú ni la miraste, te quedaste jugando con unas figurinas diminutas y no las soltabas ni para dormir.
A los dos días empezaban las clases. Yo empecé a prepararte el uniforme y cuando viste todo ese movimiento, dijiste que tú no ibas a ir al colegio. Tu padre te explicó claramente que tu deber era ir a l colegio, que sino llamaría a los reyes magos para que se llevaran todos los regalos por no portarte bien y no querer ir al colegio.
-Bueno, pues llámalos y que vengan, pero yo no voy al colegio. –Dijiste con una claridad apabullante.
Esa misma tarde se presentaron tu tío, Nandi y Gil vestidos de reyes magos. Cuando sonó el timbre y tu padre abrió la puerta, pusiste la misma cara. Veías entrar a los reyes magos, uno a uno y no dijiste una sola palabra. Baltasar te preguntó si tú eras maría jose, la niña que no quería ir al colegio. Tú le respondiste que sí con la cabeza. El se agachó y te explicó que tu deber era ir al colegio a aprender. Le mirabas sin parpadear. Le escuchabas atentamente y le respondías con síes y con noes de cabeza, pero no despegabas los labios.
Yo estaba impresionada de verte hablar con ellos sin decir palabra, con aquella soltura, sin miedo y con una convicción como si fueras mayor, pero lo peor fue cuando sacaron el saco. Como no había manera de convencerte, pensaron que te iban a asustar y sacaron un saco de esos grandes de correos.
-Bueno, María, como no quieres ir al colegio, nos vamos a tener que llevar todos tus regalos aquí en este saco. ¿Dónde están los regalos?
Y fuiste a buscarlos tú misma. Los metiste uno a uno en el saco. No dejaste ni uno, hasta aquellos monigotes pequeños que no soltabas, también los metiste ahí y cuando estuvieron todos listos, cerraron el saco con un cordel y se fueron por donde vinieron. Los despediste y tú misma les cerraste la puerta. De aquellas lágrimas gordas, no te cayó ni una. Estabas entera y feliz. Te sentaste con tu abuela en el sofá y no hubo palabras.
Que personalidad tenías ya esa edad. Yo me quedé de piedra. Pero de cuando acá una niña de cinco años mete, ella misma, los regalos que le han traído los reyes en el saco para que se los lleven con tal de salirse con la suya, con tal de no ir al colegio, así que claro pasó lo que tenía que pasar, que tu padre se hartó y a la mañana siguiente dijo:
-Aquí se acaba esta pantomima de madre e hija.
Me hizo despertarte a la hora, ponerte el uniforme y te llevó él solito al colegió. Allí te dejó llorando con la madre Dolores.
¿Qué te parece? Siempre has sido una cabezona, pero ya desde pequeña. No te vayas a pensar que eso es de ahora. Siempre inventabas algo y hasta que no lo consiguieras, no descansabas, igualito que ahora.
-Gracias Mamá, necesitaba escuchar esta historia otra vez. Te quiero mucho. Te llamo mañana para ver como sigues, un beso.