12 junio 2009

los tres reyes magos de oriente

Todas las mañanas era la misma canción. Tu no te querías levantar para ir al colegio y a mi me daba pena despertarte tan temprano. Te veía tan pequeña y tan dormida, que cuando entraba en tu cuarto, me decía, “ay la dejo unos minutos más”. Luego volvía y te veía con aquella carita, que a veces discutía con tu padre y todo, pero me parecía demasiado temprano, las 9 de la mañana, despertarte para ir al colegio. No sé, si tan siquiera fueran las 10, y con aquel frío, en invierno, sacarte de la cama para ir al colegio, me daba dolor.
-Pero eso no puede ser. –decía tu padre- Tiene que ir al colegio como todos los demás niños.
Y te despertábamos y empezabas a llorar, a gritar, a patalaer:
-Yo no quiero ir al colegio -gritabas
Armabas unas jatas! que no, que no y que no había manera, que no querías y no querías. Al final, tu padre se iba a trabajar y tú te quedabas llorando hasta que te volvías a quedar dormida. Así pasaron cuatro meses. Tu padre, por la tarde, te sentaba en las piernas y te contaba que el colegio era un sitio donde ibas a hacer muchos amigos y a jugar con ellos. Te decíamos que aprenderías muchas cosas y que te iba a encantar, pero tú nada, no querías ni que mentáramos la palabra colegio.
Eras una cabezona, y cuando veías a las monjas, no, aquello sí que era una tragedia. ¡Era una cosa! Veías una toca o un hábito y te ponías a llorar como si te fueran a matar. Una vez íbamos a buscar a tu padre a la tienda y nos encontramos con la madre Dolores, -eso sí que no se me olvida-, y nos paramos a hablar con ellas, que iba con otra monja. Te saludaron y te dieron un beso y te dieron un chupa chups y tú nada, que no se te acercarán ni a tocarte. Me agarrabas la mano y tirabas con fuerza para que nos fuéramos de allí, y yo “ pero María dales un beso, si es la madre Dolores. Mira, mira lo que te ha regalado, un chupa chups de fresa”, pero nada no hubo manera. A mí me dio una vergüenza horrible. Nos fuimos casi sin despedirnos porque ya ibas a montar un número en la calle, que no podía ser. Y yo me decía “pero que tendrá esta niña con las monjas”, es que no te podían haber hecho nada porque no habías ido ni un solo día al colegio.
En ese diciembre tu padre y yo teníamos unas discusiones cada vez más grandes a cuenta de que la niña no quería ir al colegio, que claro llegó un momento que tu padre se plantó y dijo:
-Esto no puede ser. No pueden pasar las navidades y que María siga sin ir al colegio. Esta niña no puede perder más clases. ¡Que coge una jata, pues que la coja! ¡que tiene que llorar, pues que llore! Llorará el primer día y el segundo, pero ya verás como el tercero y el cuarto ya no llorará.
Tu padre tenía razón pero a mí se me partía el alma de verte caer aquellos lagrimones. Pensaba que te iba a dar algo. No sé, te veía tan pequeña, tan frágil, y gritabas de aquella manera tan horrible, que no me parecía normal. Así que se me ocurrió una idea.
Yo le propuse a tu padre un trato. Le dije:
-Mira, vamos a hacer una cosa. Ahora cuando pasen las fiestas y le traigan los regalos de reyes, le vamos a explicar que como es una niña buena tiene que ir al colegio, sino los reyes se volverán a llevar todos los regalo. Ya verás como así cede.
Tu padre no estaba muy de acuerdo pero bueno dijo vamos a ver.
Y llegó el gran día. Nunca me olvidaré de la cara que pusiste cuando viste todos aquellos juguetes. Te los pusimos todos en el fogón de la cocina y cuando tu entraste por la puerta, te quedaste parada, sin habla. No te movías. No decía nada. Te quedaste muda.
Y yo te decía:
-María, que te pasa hija. Di algo.
Y tú, nada. No reaccionabas.
-Ay mamina! a ver si ahora no le vuelve el habla!
Eran demasiados juguetes. Te quedaste embazada. Todo el mundo te había regalado algo: tus abuelos, los de Palencia, tus padrinos, Dulce y Gil, Tu tío pepe y tu tía Luchy, Gelines, la vecina de arriba Genoveva que te quería mucho… Ay! no sé. Era tal cantidad de regalos que yo me dije una y no más, Santo Tomás. Estuviste un buen rato sin decir ni mu. Hasta que tu abuela te cogió de la mano y te llevó cerca del fogón y te dab los regalos uno por uno. Pero vaya susto! Y luego, ¡que cosa son los niños! Tenías hasta una bicicleta, y tú ni la miraste, te quedaste jugando con unas figurinas diminutas y no las soltabas ni para dormir.
A los dos días empezaban las clases. Yo empecé a prepararte el uniforme y cuando viste todo ese movimiento, dijiste que tú no ibas a ir al colegio. Tu padre te explicó claramente que tu deber era ir a l colegio, que sino llamaría a los reyes magos para que se llevaran todos los regalos por no portarte bien y no querer ir al colegio.
-Bueno, pues llámalos y que vengan, pero yo no voy al colegio. –Dijiste con una claridad apabullante.
Esa misma tarde se presentaron tu tío, Nandi y Gil vestidos de reyes magos. Cuando sonó el timbre y tu padre abrió la puerta, pusiste la misma cara. Veías entrar a los reyes magos, uno a uno y no dijiste una sola palabra. Baltasar te preguntó si tú eras maría jose, la niña que no quería ir al colegio. Tú le respondiste que sí con la cabeza. El se agachó y te explicó que tu deber era ir al colegio a aprender. Le mirabas sin parpadear. Le escuchabas atentamente y le respondías con síes y con noes de cabeza, pero no despegabas los labios.
Yo estaba impresionada de verte hablar con ellos sin decir palabra, con aquella soltura, sin miedo y con una convicción como si fueras mayor, pero lo peor fue cuando sacaron el saco. Como no había manera de convencerte, pensaron que te iban a asustar y sacaron un saco de esos grandes de correos.
-Bueno, María, como no quieres ir al colegio, nos vamos a tener que llevar todos tus regalos aquí en este saco. ¿Dónde están los regalos?
Y fuiste a buscarlos tú misma. Los metiste uno a uno en el saco. No dejaste ni uno, hasta aquellos monigotes pequeños que no soltabas, también los metiste ahí y cuando estuvieron todos listos, cerraron el saco con un cordel y se fueron por donde vinieron. Los despediste y tú misma les cerraste la puerta. De aquellas lágrimas gordas, no te cayó ni una. Estabas entera y feliz. Te sentaste con tu abuela en el sofá y no hubo palabras.
Que personalidad tenías ya esa edad. Yo me quedé de piedra. Pero de cuando acá una niña de cinco años mete, ella misma, los regalos que le han traído los reyes en el saco para que se los lleven con tal de salirse con la suya, con tal de no ir al colegio, así que claro pasó lo que tenía que pasar, que tu padre se hartó y a la mañana siguiente dijo:
-Aquí se acaba esta pantomima de madre e hija.
Me hizo despertarte a la hora, ponerte el uniforme y te llevó él solito al colegió. Allí te dejó llorando con la madre Dolores.
¿Qué te parece? Siempre has sido una cabezona, pero ya desde pequeña. No te vayas a pensar que eso es de ahora. Siempre inventabas algo y hasta que no lo consiguieras, no descansabas, igualito que ahora.
-Gracias Mamá, necesitaba escuchar esta historia otra vez. Te quiero mucho. Te llamo mañana para ver como sigues, un beso.

25 abril 2009

el último tren

–oye tú, ¿estás bien? –escuché.

–Sí, déjame en paz –dije yo, pero las palabras no salieron de mi boca.

–Coño, ésta está como muerta –dijo la misma voz sacudiéndome un brazo. La  escultura de mi cuerpo sucumbió a semejante meneo y cayó encima de lo que hubiera allí.

–Ey! no me toques –grité, pero mis labios de piedra no dejaron salir una sola palabra.

–Agarra por ahí. –dijo otra voz.

–Eh! Que no me toques coño. ¡Suéltame! ¡Que me sueltes, hostia! –rugí, y nadie oyó nada.  Es más, hasta yo oí que nadie había oído nada.

Me dejaron en algún lugar que no reconocí y el murmullo se alejó. Se instaló un silencio opaco. Mis brazos seguían tallados en mis muslos. Me goteaba agua de la nariz y caía en las piedras sobre las que se clavaban mis rodillas. La visión de mí misma era una postura esculpida en mármol blanco, cubierta de hollín. La oscuridad también se bebía mis imágenes.

Un ruido metálico rompió el silencio. Empecé a sentir frío. El suelo me mandaba mensajes helados que me subían por los muslos, se paseaban por la columna y estallaban en la nuca. Intente salir corriendo pero mi cuerpo apagado no me acompañó. Se escuchaba como el desenfundar de un sable, y luego otro, y otro más. El arañar de metales se acompasó con el pitido de un tren fantasma.

El sudor y las lágrimas desgastaron mis párpados de mármol y vi a los guerreros de la mañana, esos que habían traído de China, correr por los túneles del metro librando batallas nocturnas en su paso por Barcelona para posar más rígidos y solemnes durante el día. Escuchaba su caminar implacable, los casquillos de los caballos, las ruedas de los carruajes, el golpe seco del látigo y el sonido de sus trajes. Todo se llenó de ruido. No quedó ni un hueco de silencio.

Me alegré de estar oculta entre aquellas páginas húmedas, cuando de pronto dos ojos de luz me apuntaron de frente. Un monstruo gigante cargado de guerreros gritando en silencio se acercaba a toda máquina sobre dos líneas de plata pintadas en el suelo. Venía directo hacia mí.

Grité desde lo más hondo de mi pecho y, esta vez sí, los gritos quebraron el tiempo. Las páginas saltaron a las vías y cuando estaba a punto de recuperarlas, una voz verde me dijo:

–Oye princesa, despierta que esta es la última parada del último tren.

15 marzo 2009

Yo no soy ni Vladimir, ni Estragón


Dos hombres están intentando montar un tronco en una bicicleta a plena luz del día. Hace frío. Están muy abrigados con gorro, guantes, bufanda y cuando soplan les sale humo de la boca. Están borrachos y a pesar de los intentos, el tronco siempre se les cae, o la bicicleta, o el tronco, o ellos mismos.


OLE: Agarra por ahí. Sujétalo! (el tronco se cae por enésima vez) Coño, sujétalo Bart.

BART: Este hijo de puta pesa como un condenao (Bart se cae al suelo con el árbol y se queda sentado).

OLE: Levántate, coño. (En una mano está sujetando la bici y en la otra el árbol que ha levantado del suelo). Tú tranquila, que vas a salir de viaje como te prometí. Bart, levántate, joder! (Se le cae todo al suelo: la bici y el tronco. Se queda sentado en el suelo). Bart, que te levantes, te digo, (echa un trago de vodka y se vuelve a meter la botella en el bolso) que tenemos que sacar a la parra de aquí, joder. Bart (le pega una patada).

BART: Hmm!

OLE: Bart! Hostia! Levántate. Mira, tú vas a apoyar la bicicleta allí donde está ese palo. Bart, ¿ves donde está ese palo?. Bart, mira mi dedo. Ese palo de ahí, ¿lo ves? Bart.

BART: Vale! Voy pa’llá. (Se levanta lentamente y con dificultad. Pierde el equilibrio dos veces).

OLE: (Se levanta también). AHHHHHH! (Grita como Tarzán dándose unos golpes en el pecho). Vamos arbolito. Yo te dije que ibas a viajar y por mis huevos que te vas a pegar un viajecito fuera de este metro cuadrao tuyo. Todo el día ahí sola y triste. Ole es un hombre de palabra. Baaart, ¿estás listo? Vente pa’ca cabrón. Ayúdame aquí. Tu, agarra por este lado, que yo agarro por allá. (Bart se va al lado equivocado) ¿Estás sordo o qué? No te estoy diciendo que yo agarro por las raíces. Tú vete pa’llá!

BART: Ok! Una dos y… (le dio la risa)

OLE: ¡Ah! y ahora se ríe el hijo de puta ese. Tú ni caso bonita. Él es buena gente, pero no le da la cabeza, entre otras cosas (Se ríe también). Tú pa’lante, como si no va contigo.

BART: ¿Qué hora es Ole?

OLE: ¡¿Qué hora es?! ¿Y desde cuando te importa a ti la hora? La hora solar o la hora en China. Nos ha jodido este ahora con la hora. Porque en China es de noche ahora... ( y suelta una carcajada…)

Suenan las campanadas de la iglesia cercana.

OLE: Mira, este cabrón tiene suerte ¿No escuchas las campanas? Cuéntalas. Una…, dos…, tres…, cuatro…, cinco…, seis…, seis…., seis…, nueve,…..diez….!

BART: Oye Ole, ¿Por qué tenemos que llevarnos este hijo de puta de aquí?

OLE: Tú agarra y calla.


Se pone a llover


BART: Ole, vámonos de aquí y venimos mañana. Conozco un sitio donde hay unas tías que están buenísimas.

OLE: Cállate Bart. (La parra y la bici se le caen encima). Cabrón, hijo de puta ¿Qué quieres matarme o qué? No te quedes ahí parado. Ayúdame, joder.


(Bart se acerca para ayudarle y se cae encima de Ole también. Se queda dormido encima de Ole).


OLE: Mamón levanta tu culo de aquí. Siempre jodes todo. Estoy harto de ti. Maricón. No me extraña que tu mujer ni folle contigo.

BART: (Se levanta y aparta la bici de encima de Ole. De pronto se le encienden los ojos). Amigo, repite eso que has dicho.

OLE: Bart, hostia. Quítame esto de encima. Tú sabes que yo soy un hombre de palabra. Yo, Ole Stevenson soy un hombre de palabra.

BART: Sí, eres un hombre de palabras. Repite eso Ole Stevenson.


(Comienza una pelea. Los dos en el suelo. Bart lleno de rabia golpea a Ole que aún está debajo de la parra. Los dos quedan tumbados en el suelo.)


OLE: A veces en la vida hay que reírse, Bart. Uno se pone a pensar y tiene que reírse Bart. Nos estamos poniendo muy serios. Cuando mi padre llegó aquí, y antes de mi padre, mi abuelo, con una mano delante y otra detrás -Bart y tú lo sabes-, uno trabajó toda la vida para mantener a la familia, a veces ganando más y otras menos, Y luego vienen esos hijos de puta a quitarle por lo que uno ha luchado toda la vida, Bart. No es justo. Uno es una buena persona pero los pleitos le llegan a uno, sea lo que sea. No importa lo que haga uno. Si los pleitos están por llegar llegarán, Bart. Ahí esta mi hija que llegó a la casa preñada, y ya va pa cinco años. Y ¿que tenía yo? Mi casa. Nada más que mi casa. ¿Y que tengo ahora, Bart? Eh dime ¿que tengo ahora? Si no tengo ni eso. El cabrón que se la folla todas las noches manda más que yo. No, yo no quiero pleitos hermano, y menos con la sangre de mi sangre. Pero, si uno no hace nada por los hijos, por quien lo va a hacer. La vida pasa rápido, Bart. Uno se pone a pensar y tiene que reírse, Bart. Hace poco estábamos en este mismo lugar con los niños pequeños y mírate ahora. No somos los mismos. Ya no somos los mismos Bart. Ni la casa de uno es de uno, ni la vida de uno es de uno. Así que hay que reírse Bart. Vamos Bart, vamos a reírnos los dos juntos Bart. Amigo, ríete conmigo. Ríete, Bart, que la vida son dos días.

BART: (Se echa un trago) Ni la mujer de uno es de uno ¿Qué chimenea quieres calentar con este árbol Ole?

OLE: Bart, uno está solo, y necesita hablar con alguien. No es lo que estás pensando. Uno necesita que le escuchen. Este árbol es mío. Es parte de mí. Esta parra la plantó mi abuelo. ¿Te acuerdas de la casa de la parra? Mi padre tumbó la casa, y yo planté la parra aquí. Es sangre de mi sangre. Es un tesoro de familia. Todos estos años la he cuidado. Ahora quiero que la parra vuelva a casa. Yo le di mi palabra de que conocería mundo y volvería a casa. Esta parra guarda me ha protegido todos estos años. Este tronco ha escuchado mis penas. (Acaricia el árbol que tiene encima). Si hay un amigo fiel es él. Pero sabes uno también tiene que escuchar al pasado Bart. Tú dirás que estos son cosas de borracho, pero los árboles no sólo escuchan, tambien hablan, y hasta le gritan a uno, Bart. Los tres estamos viejos Bart.

BART: ¿Y que sabe este madero, que no sé yo, Ole?

OLE: Los árboles escuchan las penas, Bart. (Se pone a llorar) Abrigan los fríos del alma. Cada vez hay menos árboles y más penas. No sé, debe ser cosa de la edad. No quiero más penas, Bart. En la biblia lo dice muy claro. Uno tiene que hacer tres cosas en la vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Lo único bueno que he hecho con mi vida es replantar este árbol, sangre de mi sangre.

BART: ¿A que le tienes miedo?

OLE: Los árboles también lloran, Bart.

BART: Será porque ocultan algo. Los árboles siempre ocultan la verdad. Todo lo saben y se lo callan. En Navidad, yo lo corto, yo lo llevo, y ella le pone las luces y después me vuelvo a llevar, pero a la basura esta vez. Los árboles no te dejan ver el bosque. Juegan contigo y se burlan de ti. Esconden a los duendes y a los fantasmas.

OLE: No, amigo, no. Estás equivocado. Los árboles te dan sombra.

BART: Hacen sombras y mienten sin hablar.

OLE: Uno está sólo, Bart. Uno cree que no, pero está sólo.

BART: Los árboles mueren de pie. Tiesos, orgullosos, bien vestidos.

OLE: Estas muerto amigo. Llevas muerto mucho tiempo.

BART: Nunca se sabe donde está el pecado o la necesidad.


(Bart se levanta despacio. Agarra una piedra y la deja caer sobre la cabeza de Ole. Después se desploma sobre el cuerpo de Ole. Así se queda dormido, esta vez borracho de rabia, cansancio.)

(Bart se despierta encima de la cara llena de sangre y se levanta. Arrastra el cuerpo de Ole hasta el agujero donde estaba plantada la parra. Mete el cuerpo de Ole y planta de nuevo la parra encima)


OLE: Toma tu árbol. Así podrán conversar largamente.


(Deja de llover, y sale el sol. Entra en escena un nuevo personaje. Rubio teñido, vestido de turista con camisa de flores, gafas de sol, una gorra, playeras blancas y una maleta llena de pegatinas. Lleva una cámara de fotos al cuello. Está escuchando música en un i-pod)


GODOT: Eh! Vladimir ó tal vez eres Estragón. ¿Qué tal? Ya estoy aquí. Ya llegué.


(Hace señales a Bar con la mano).


BART: ¿Por quien pregunta?

GODOT: Estoy buscando a Vladimir y Estragón. ¿Usted no es Vladimir? Dejé dicho que me retrasaría unos días, pero bueno ha sido un poco más, bueno bastante más ¡que se va a hacer! El mundo es fascinante. Hay mucho que ver.

BART: No señor no soy ni Vladimir ni Estragón.

GODOT: Quedamos al lado del árbol. No hay ningún otro por aquí. Por cierto está un poco torcido ¿no?

BART: Señor, se equivoca. Aquí nadie le está esperando. Vuelva por donde vino o pregúntele al cura de la iglesia que dejó un poco más atrás.

GODOT: Gracias amigo. Adiós.


(Se devuelve al rimo de la música de su i-pod)


Se cierra el telón

Fin



14 marzo 2009

imprecisión

Durante mi adolescencia, en la década de los cincuenta, fui a visitar a unos amigos que vivían lejos de la ciudad. Un día íbamos dando un largo paseo y discutiendo sobre la letra de la canción. Yo sostenía que la letra decía “El amor es un algo sin nombre” y uno de mis primos afirmaba que decía “El amor es algo muy grande”. Mientras caminábamos vi un pedazo de papel tirado en la acera. Lo recogí y era la partitura de esa misma canción. Y ahí acabó la discusión. Yo tenía razón, por supuesto.

Y ¿sobre qué tenía usted razón?

Sobre la letra de la canción.

¿El amor es un algo sin nombre?

Bueno, es un algo que no se puede explicar.

Un algo…

Bueno, es una cosa…

Una cosa…

Quiero decir una sensación, como una conmoción, una emoción o un sentimiento. Es como una sacudida, una punzada en el corazón o en el estómago. Es como un desasosiego que te genera angustia, dolor, hambre… es como una zozobra. Está y no está. Uno siente como que se le hincha el pecho de aire y el aire sigue entrando pero ya no cabe más. Es un hormigueo constante….uno se siente bien y mal a la vez. Es como tener frío y calor al mismo tiempo.

Le ha puesto usted varios nombres a ese “algo”.

Bueno, sí, pero es como todo eso a la vez y eso todo junto no tiene nombre.

Tal vez habla usted de algo muy grande.

Sí desmesuradamente grande. No cabe en ningún lado. Es más grande que el mar. A veces pienso en la parábola esa de la biblia donde hay un niño llenando un agujero con agua del mar, y resulta que era Dios disfrazado de niño, y le dice al forastero que el tardará menos en llenar el agujero con el agua del mar, que él en entender el misterio de la Santísima Trinidad.

 Ese algo que no tiene nombre, ahora es grande también. Es líquido y se desborda.

Sí.

¿Y tiene connotaciones religiosas?

No y sí. Es como mágico, como de otro mundo, como difuso, imposible, como que uno no puede con ello.

Usted no puede con ello.

No. Es algo muy pesado y ligero a la vez. Te hunde en la tierra y te hace sentir elevado. No se puede agarrar. No se puede aprehender.

Hábleme de la parte ligera de ese peso.

No sé… ir de la mano, una melodía, el cabello, la voz, el calor, caricias, labios…

Hábleme ahora de la parte pesada.

Ese dolor en el pecho, esas miradas, ese “vamos ¿quieres escribir en mi libro?”, el desorden, la intimidad…

Dígame el verbo de la palabra intimidad. Ahora.

Intimidar.

Terminamos aquí la sesión por hoy. Nos vemos el próximo martes a la misma hora.



06 marzo 2009

El Crómlech de Crúor









Yo creo
Tú crees
Ella cría
El criba
Nosotros croamos
Ustedes croman
Todos se creman

En el taller de Beatriz Plaza

28 febrero 2009

Marte, el planeta rojo


De aquella jaula
aún queda en la pared
el clavo inútil.
Palmira (Valencia)


Guido hacia todos los días lo mismo. Habia aprendido que la disciplina era necesaria, pero cada día la misma historia, ya empezaba a aburrirle. Se levantaba todos los días a las cinco dela mañana; hacia gimnasia con los aparatos que le había comprado Lola, a plazos; después, tocaba ducharse y desayunar con su mujer y sus hijos. Cuarenta y cinco minutos de vorágine, gritos carreras y desayunos rápidos hasta que los cuatro salían despedidos por la puerta a las 7 y 23 minutos -el incluido-, con la particularidad de que Guido se quedaba enganchado en el marco de la puerta, y desde allí se despedía de todos.
Hoy, en el silencio humeante después de la estampida, se dio media vuelta y sintió como le miraban fijamente todos aquellos platos y tazas sucias del desayuno, los posos del café, las migas de la tostadora, las servilletas con labios de fresa acida... Ahora, le tocaba poner orden en todo aquello. Guido, podíamos decir, era el amo de casa. Esta era su nueva profesión desde que su linda esposa consiguiera canjear los anos que le quedaban de prisión por arresto domiciliario.
Se supone que en vez de pudrirse en la cárcel, mejoraría su calidad de vida, fermentando en casa. Lo decía clarito aquel escrito, magistralmente redactado: “solo podría abandonar el recinto domiciliario (osea la ‘casa’) en caso de estricta emergencia, véase enfermedad grave o accidente”.
Iban ya para cinco anos que no abandonaba aquellas paredes que golpeaba ahora con sus manos desde el marco de la puerta. Se sabia de memoria cada rincón de la vivienda. Tenía un mapa en la cabeza de todas las manas y transformaciones discretas de la casa. La mancha de la pared que parecía un dragón blanco atrapado bajo el papel del pasillo, la tortuga aplastada que yacía de subida a las habitaciones y la cresta de dragón que salía cada mes debajo del fregadero; también estaba la esquina rota bajo la moqueta del cuarto escalón, y la lavadora loca que cuando centrifugaba se acomodaba en medio de la cocina. En un rato, el sol convertiría en el planeta rojo, la esfera del balaustre de la escalera y a esa hora ya debería haber terminado de recoger la cocina y los baños.
Cada día se abrasaba la mano que le quedaba libre en aquella bola incandescente, al bajar todos los bártulos de limpieza. Cada día se juraba y perjuraba que no agarraría nunca mas esa bola de fuego para bajar las escaleras, pero aquel escalón defectuoso le bufoneaba, y como un acto reflejo volvía a abrazar al pequeño Marte.
Un ligero olor a chamuscado se paseo por su nariz. Se toco la palma de la mano –todo estaba bien-; de reojo miro a Marte, que aun dormía. Los olores eran otra huella indeleble del mapa. Su pituitaria guardaba un registro actualizado de todos los olores de la casa por momentos. Por ejemplo si ahora, en vez de ir a atender a todos aquellos platos mugrosos de la cocina, subía al cuarto de los niños, notaria ese tufillo a chicle de fresa viejo con colonia y a sudor de clase de gimnasia; por el contrario si pasaba por allí después de comer, los ordenadores y los muebles pareciera que se hubieran confabulado y segregaban una fragancia a plástico y madera que desaparecía por la tarde. Si ahora decidía tumbarse en su cama, seria invadido por el bálsamo pijama arrojado y condón furtivo, derramados ambos a su libre albedrio por la geografía rectangular del cuarto; si en cambio resolvía sentarse cómodamente a leer en el salón, degustaría el olor a polvo mas tapicería descolorida, alentado por el foco solar que cruzaba los vidrios de la sala revelando la danza redonda de todas aquellas burbujas diminutas girando hacia arriba en aquel tubo de luz amarilla, que provocaba agarrar y bebérselo de un trago.
Inmóvil en la puerta, parecía una estatua de cemento autofraguante por fuera; por dentro, todos sus microorganismos estaban enviando mensajes y tomando decisiones a toda velocidad: café, mugre, dragón, Marte, gimnasio a plazos, sofá, champagne, en busca del codón perdido, puerta, adiós, niños, silencio, despertador.
Se quito el delantal de rayas, agarro su bastón y dijo:
-Que se queme la casa, para fermentar aquí, me pudro en la cárcel.